martes, 31 de marzo de 2009

COMPARTO RESIDENCIA

No tengo hijos. Ni propios ni adoptados. La naturaleza se encargó de negarme los propios y mi falta de instinto maternal, la posibilidad de la adopción.

No obstante, lo intenté, hasta el final, pasando por un proceso que si, a mí, que nunca tuve verdaderos deseos de ser madre, me resultó muy doloroso, no quiero ni pensar en el calvario que puede resultar para quien de verdad los desea.

La finalización del proceso coincidió con el inicio del declive de mis mayores y durante un tiempo me angustió la posibilidad, egoista, de que cuando fuera mayor no tendría a nadie que se ocupase de mí.

Compartí el sentimiento con mi marido, la parte razonable de la pareja, capaz de analizarlo, casi todo, de manera objetiva, aunque nos afecte.

- No te preocupes, - me contestó -, cuando nos jubilemos, empezamos a buscar una residencia que nos guste y así, llegado el momento, vamos a un lugar escogido por nosotros. Por de pronto, lo que tenemos que hacer es seguir trabajando para poder escoger entre las mejores.

La respuesta me tranquilizó. Pues, claro! ¿Como no se me había ocurrido a mí?. Es más, si entrábamos en la residencia escogida (entre las mejores) antes de tener que depender físicamente de nadie y en pleno uso de nuestras facultades mentales, podríamos incluso empezar una nueva vida con gente de nuestra edad y en nuestra misma situación que, cuando la salud viniera mal dada, estarían a nuestro lado aportando calidez y afecto a nuestro día a día. Serían nuestra nueva familia en nuestra nueva casa, sin obviar pero tampoco incomodar el día a día de nuestros sobrinos que en ese momento deberían estar arrancando su propia vida. Lo encontré tan lógico que me extrañó que nadie lo hiciera justificando el hecho en el peso que los lazos de sangre aún tienen en la sociedad española, independientemente de la calidad de la relación.

No tuve que darle muchas vueltas al tema para saber que no es tan sencillo.

Porque, .... en esa residencia de mi vejez (escogida entre las mejores) no estaría mi amiga Nuri, escuchando con amor de madre todo lo que me enredara el alma. Ni mi amiga Magda, tan coqueta como deslenguada, sonriendo al más puro estilo Betty Boop al abuelo de mejor ver e increpando airadamente a la abuela cotilla de turno para mi regocijo y el de Nuri.

No tendría a Francesc ni a Enrique para compartir ese café en el que ahora disuelven mis fantasmas, mis miedos, mis angustias y, junto al que tantas veces nos hemos bebido nuestras lágrimas, consiguiendo que el día empiece bastante mejor de lo que ha amanecido.

Tampoco estaría Rosa, crispando mi ánimo con sus frías soluciones a mis problemas domésticos pero endulzando de lógica las amarguras del momento. Ni Gustavo, haciendonos olvidar, a todas al mismo tiempo, que ya no somos jóvenes, ni guapas. Ni Paco, al que de tratarse de una guarderia en lugar de una residencia de ancianos estaría siempre castigado por comer "chuches". Ni Emilio que nos haría sentir agradecidos a esa incipiente sordera por amortiguar su constante, elevada y, a veces, incomprensible perorata.

Ni Manel, ni Ester, jaleando con cariño y entusiasmo mis iniciativas.

Me reconforta pensar que, quizás, sí podrían estar mis hermanas y mis cuñados y disfrutar así, de nuevo, de esos relajados ratos de charla, risas y juegos que compartíamos antes de adquirir, ellos responsabilidad como padres y todos, después como hijos, y a los que añadiríamos muchos recuerdos y algún que otro llanto.

Porque la vida es una, no se empieza de nuevo a partir de un momento dado. Si acaso vamos pasando página, cerrando etapas, haciendo borrón y cuenta nueva .... hay mil maneras de denominarlo. Pero lo que hemos vivido y con quien lo hemos compartido deja su huella.

No sé como será "mi" residencia. Tengo mis dudas con respecto al hecho de que pueda ser escogida entre las mejores. Es más, ni siquiera sé si llegaré a tener necesidad de ella. Solo sé que, si llega el caso, sería más fácil sabiendo que vais a estar allí tambien.

En cualquier caso, ya sólo el Alzheimer lo podrá impedir.

martes, 24 de marzo de 2009

¡QUE PENA!

Trabajo en un polígono industrial, concretamente en la misma calle en la que desemboca la salida de la autopista y que consta de dos carriles en una dirección y dos en la contraria.

Entre la salida de la autopista y mi destino diario, hay una rotonda, antes de llegar a la cual los dos carriles de ambas direcciones se van convirtiendo en uno. Desde la salida de la autopista a la rotonda puede haber unos escasos 500 metros y algunas mañanas, alrededor de las 8 h. el tráfico es tan denso que produce retenciones.

El tiempo que dura la retención es mínimo porque el tramo es corto pero, siempre que se da el caso, aparecen por el carril de la izquierda los típicos listillos, los nerviosos, los impacientes, los que ¡otra vez! llegan tarde, o los que, por algún motivo, tienen una prisa que te cagas, que, conociendo el camino, obvian la ordenada fila de la derecha, enfilándose como una bala por el carril de la izquierda. Intentan y consiguen (casi siempre) colarse ante un conductor todavía algo dormido que tarda en reaccionar.

Creo que todos (yo me incluyo, porque lo he hecho), en un momento dado, por listillos, por nerviosos, por impacientes, porque nos hemos dormido y llegamos tarde o porque tenemos una prisa que te cagas, lo hemos hecho.

Es una de esas "pequeñas gamberradas" que a menudo cometemos y con las que creo somos más indulgentes a medida que avanzamos en edad.

Quizás sea por eso que me divierte la actitud de algunos de aquellos que se mantienen en el carril correcto y que, ante la amenaza de los que se cuelan, pegan como lapas su coche al que llevan delante impidiendo la incorporación del listillo, el nervioso, ..... Siempre que soy testigo de una de estas actuaciones, me imagino al individuo en cuestión agarrado fuermente al volante, con el cuerpo echado hacia delante y muy enfurruñado en una actitud totalmente infantil.

Pero lo que realmente me alucina es la actitud de aquellos que después de adelantar como posesos por el carril de la izquierda, encuentran un hueco antes de que ambos carriles confluyan en uno y se colocan sobre la línea divisoria erigiéndose en dueños de la carretera, negando a los demás el derecho de lo que ellos mismo acaba de hacer.

Esta mañana yo era una de las plácidamente resignadas en el carril de la derecha, todavía algo dormida, cuando se me ha colado uno de esos individuos. Y, no sé porqué, o quizás sí, he pensado en la cantidad gente que nos cruzamos con esa actitud, no solo en la carretera.

Gente que, con un motivo justificado o no, te adelanta en la vida, digamos de manera poco ortodoxa, ralentizando tu camino. Gente que, no solo no te tiene en cuenta sino que además impide que los demás lo hagan. Gente que, no solo te ignora sino que impide los demás te vean. Gente que, no solo te aparta del camino, sino que además, trata de impedir que continúes en él.

Y he pensado ¡que pena! porque, de la misma manera que desconocemos el motivo de las prisas de aquel que nos adelanta en la carretera, sí sabemos que no dejarle pasar puede desencadenar un accidente de consecuencias más o menos graves.

Y he pensado ¡que pena! porque, de la misma manera que somos conscientes de estar apartando deliberadamente a alguien, desconocemos el efecto, a veces devastador, que nuestra actitud puede tener en su vida.

¡Que pena!

jueves, 19 de marzo de 2009

¡FELICIDADES PAPIRRI!

Lo hubiera dicho una sola vez al descolgar el teléfono para felicitarte hoy si continuases con nosotros. Tambien te hubiera dicho, como te dije poco originalmente los últimos años, que la felicitación era doble, por tu nombre y por ser padre de tres hijas de las que estabas tan orgulloso, haciendo, egoistamente, con el comentario más alarde de mi condición de hija que de la tuya de padre.

Hoy lo he repetido mil veces queriendo transmitirte todo el amor que años atrás no me cuestioné si te llegaba. ¡Felicidades papirri! ¡Felicidades papirri! ¡Felicidades papirri!. Hasta que, de nuevo, he sido dolorosamente consciente de que ni hoy, ni mañana, ni el domingo, cuando probablemente lo hubieramos celebrado, voy a tener la oportunidad de besarte ni voy a poder abrazarte.

El año pasado lo celebramos en la cafetería del hospital ajenos al poco tiempo que nos quedaba juntos. Te llevamos un pastel y un puzzle con una fotografia de toda la familia hecha el dia de carnaval, tu última comida familiar.

Ya ves, toda una vida en la que este día solo se me ocurría decirte ¡Felicidades papirri! y !las cosas que hubiera querido decirte hoy!.

O puede que no hubieran sido tantas ni tan variadas. No sé.

Quiero pensar que te llevaste mucho amor. Quiero pensar que te llevaste mucha ternura. Quiero pensar que te llevaste mucha felicidad. Y tiene que ser así porque has dejado un gran vacío. Tú que nunca fuiste una persona egoista, te has llevado mucho. Y, a pesar de que el vacío es a veces desgarrador, me alegro de sentirlo porque entonces estoy segura de que lo que me falta se ha ido contigo.

Aún así, quiero decirte que te quiero, que te echo de menos, que ya nadie me pellizca la nariz ni me llama "chata", y que, a pesar de no ser capaz de sentir tu olor, tengo muy presente tu voz. Espero que tú oigas la mía deseándote ¡FELICIDADES, PAPIRRI!.

martes, 17 de marzo de 2009

YO NO PERTENEZCO A NINGUNA ONG. ¿O SÍ?

Yo no pertenezco a ninguna ONG. Sí, hago una pequeña aportación a una de las muchas (afortunadamente) existentes pero considero que eso no me da ningún derecho de pertenencia. No obstante, quisiera confesar aquí el proceso que me llevó a esta colaboración así como llegar a la conclusión de que no hace falta militar en ninguna de ellas para hacer algo por los demás. No sé, quizás solo trato de justificarme. ¡Juzgad vosotros!

Supongo que no soy la única persona que, en un determinado momento de su vida, ha sentido la "necesidad" de realizar actos altruistas. A la mayor parte, este sentimiento nos llega cuando nuestras necesidades básicas (y no tan básicas) están cubiertas y podemos "hacer sitio" a los demás.

No creo que eso sea un pecado sino más bien humano. El problema es que cuando nos invade ese sentimiento querríamos convertirnos de manera inmediata en "madres Teresa", pero eso supondría, precisamente, dejar de lado todo aquello que nos hace sentir tan seguros y cómodos como para estar dispuestos a ceder a los demás una pequeña parte de nosotros mismos.

Y, seamos sinceros, eso es demasiado altruismo.

Llegados a este punto, es cuando nos planteamos las aportaciones económicas a diferentes ONG y las estudiamos tratando de averiguar cual de ellas aprovechará mejor nuestro dinero pensando, quizás como yo, que si aportar, por ejemplo, 100 para que lleguen 10, es indignante, peor es no aportar nada porque, en ese caso, nada es lo que llega.

Y así, con otro cargo en nuestra cuenta corriente, pequeño, muy pequeño, seguramente más pequeño de lo que podemos permitirnos, nuestra consciencia queda bastante satisfecha al tiempo que, en el proceso, el sentimiento altruista se ha enfriado bastante. Seguiremos pensando en ello, sí, pero ya no lo haremos con una intensidad que nos empuje a tomar parte activa. A fin de cuentas, ya estamos haciendo algo.

Ese pensamiento es, para mí, nuestro gran error.

El hecho de no estar dispuestos a abandonar totalmente nuestra vida para ayudar a los demás no nos convierte en inútiles para esta tarea. No hace falta viajar para atender necesidades humanas y si existe gente maravillosa que tiene la fuerza, el valor y la generosidad de dejarlo todo para ir lejos donde las necesidades son muchas, a nosotros, que hemos de reconocer no ser tan fuertes, tan valientes ni tan generosos, nos queda la obligación de cuidar nuestro entorno. Sin ir más lejos, en nuestra familia, entre nuestros amigos, en nuestro barrio o entre nuestros compañeros de trabajo, hay gente que necesita nuestra ayuda, nuestra compañía o simplemente nuestra atención.

En definitiva, se trata de sonreir, ceder, compartir, ayudar, escuchar ...., acciones gratuitas que, paradojicamente, contribuyen a un entorno más generoso.

Y la generosidad es contagiosa por eso creo que si somos generosos con nuestro entorno inmediato veremos como, poco a poco, el círculo de generosidad se amplia. Puede ser que el bienestar que podamos proporcionar no llegue a ser nunca "sin fronteras" pero no por eso dejará de ser bien recibido.

domingo, 15 de marzo de 2009

¡LO CONSEGUÍ!

El lunes pasado me ocurrieron dos cosas que propiciaron el nacimiento de este blog.

Por un lado, recibí de Manel las indicaciones correspondientes para su creación. Mi relación con Manel puede expresarse diciendo aquello de que "los amigos de mi hermana son mis amigos". Nunca más cierto que en esta ocasión.

Habíamos cenado juntos el sábado anterior y le había hablado de mi interés por el tema al tiempo que de mi poca habilidad a la hora de manejar el ordenador para nada que no fuera escribir. Pues bien, tan solícito, amable y cariñoso como siempre, el lunes a media mañana ya tenía en el correo un mensaje en el que no sólo me indicaba la manera más sencilla de crearlo, sino que además me enviaba el enlace del que él mismo había creado, y en el que además, ¡ya había publicado una entrada!. Debo confesar que, si en lugar de tratarse de Manel, se hubiera tratado de cualquier otro representante de género masculino hubiera pensado que "los hombres siempre tienen tiempo de todo". Pero en su caso sé que no cabe tal pensamiento así que no pude dejar de asombrarme por su inteligencia y rapidez. Su entregada naturaleza ya no es para mí una sorpresa sino un regalo.

¿Cuando sería capaz yo de conseguir algo así?

Esa misma tarde, despues del trabajo tuve que desplazarme al centro. Caminaba hacia la estación de metro más cercana a casa cuando vi, pocos metros por delante a un grupo de hombres de edades varias que fumaban y charlaban en la acera. Algo en mí les llamó la atención porque más o menos discretamente se giraron a mirarme al tiempo que sonreían y a pesar de que ya no estoy en edad de piropos (por edad, ni siquiera de comentarios), me preparé a escuchar "algo".

Cuando una mujer se prepara para escuchar ese "algo", sus expectativas dependen de muchos factores. En mi caso y, dejando de lado la edad y el físico, mis circunstancias personales, en ese momento, dejaban mentalmente poco margen a la imaginación así que sin ninguna pretensión llegué a la altura del grupo.

Puesto que ocupaban toda la acera, se hicieron a un lado de una manera que me sorprendió y que sentí educada al tiempo que galante. Pero lo que sí me "descolocó" fue el piropo. Porque sí, fue un piropo. Un piropo en toda regla, el más admirativo, galante y de buen gusto que he oido jamás (porque decirme, la verdad es que no me han dicho muchos).

No pude dejar de girarme y sonreir agradecida pero no porque me hiciera sentir ni más ni menos mujer, ni más guapa ni más fea.

Me hizo sentir bien.

Y me hizo sentir bien porque fue una cosa bonita, sin pretensiones, una de esas cosas que se dicen o se hacen sin más ánimo que el de adornar la vida. Sí, igual que adornamos la mesa el día de Navidad o nos "adornamos" para salir una noche. De la misma manera que, "adornamos" nuestro caracter cuando visitamos a un enfermo o nuestro "genio" cuando tratamos con nuestro jefe.

No sé que proceso mental me llevó a enlazar el piropo con la creación de este blog, pero antes de llegar a la estación de metro ya había decidido que el nombre de mi blog sería ese piropo.

Porque, ...... si estamos atentos, ...... lo comprobaremos ......

...... ALGO PASA EN EL CIELO QUE SE CAEN LAS ESTRELLAS ......

Ya veis que yo ese día me encontré con varias.