Hasta donde me alcanza la memoria siempre hemos sido amigas. No recuerdo la primera vez que te vi, ni cuando me dijiste tu nombre pero deduzco que debió ser en algún momento entre nuestros 8 y 9 años.
Sin darnos cuenta, llegamos a ser inseparables, junto a Mada (nuestra Magdalena) y juntas vivimos nuestro recatado despertar a la vida. La añoranza de aquellos tiempos me lleva a tener el sentimiento de que compartimos pocas fiestas, pocos chicos, pocos vicios y hasta pocas confidencias pero, seguro que no fue así porque, echando la vista atrás, hubo de todo. Aún así, no puedo dejar de tener la sensación de que nos quedamos cortas. Eso sí, siempre juntas.
Entre nuestras más gratas vivencias, aquellas famosas vacaciones de verano en Andalucía sobre las que, en su momento, pudimos escribir un libro según la cantidad de nuevas experiencias que nos proporcionaron. ¡Las únicas que hicimos juntas en toda nuestra vida! y, por supuesto acompañadas de nuestros padres (eran otros tiempos), pero, por encima de todo, ¡juntas! que era lo importante.
Mas tarde vivimos a diferente ritmo pero no por eso nos distanciamos porque donde no llegaba el tiempo ni la oportunidad siempre llegó el teléfono.
Ahora, al igualar de nuevo el ritmo de nuestra vida, hemos vuelto a regularizar nuestros encuentros y a hacerlos cada vez más frecuentes, como cuando éramos adolescentes, aunque con otros problemas, ni más ni menos importantes.
La vida no nos reunió como madres pero si lo ha hecho como hijas y en los primeros minutos de cada uno de nuestros encuentros y como si ya, de un ritual se tratase, desahogamos la una en la otra el dolor y la impotencia de ver como nuestras madres dejan de ejercer como tales para comportarse como niñas. Momentos después y reconfortadas por tan cálida terapia, nos desternillamos de risa de algo tan serio como lo mucho que podemos llegar a parecernos a ellas en un futuro.
Me dices que has entrado en mi blog y has leido lo que escribo y que te ha gustado mucho, tanto que no has sido capaz de hilar palabras para dejar un comentario que exprese tus sentimientos. Y lo dices sin asomo de preocupación ni incomodidad, sabedora de que conmigo te sobran tanto las palabras como las letras.
(Ya te puedes imaginar la cara que se me ha quedado). Sólo quiero decirte gracias, muchas gracias por estar siempre conmigo y que es un placer compartir momentos de chocolate, de té o lo que sea y ¡¡¡ QUE TE QUIERO MUCHÍSIMO!!!
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