Desde hace muchos años, cada año, durante el mes de diciembre, llevo a cabo un particular ritual: a lo largo de sus 31 días compro todas las publicaciones que hacen referencia a las previsiones zodiacales para el año próximo, me las leo varias veces para acto seguido, deshacerme de ellas. La condición ritual es que, a partir del 1 de enero, no puedo volver a leer predicción alguna acerca del año que ha comenzado.
No tengo una idea muy clara del origen de este ritual por lo que deduzco que se ha ido aposentando en mi vida a base de pequeñas “experiencias/coincidencias”, más importantes en mi subconsciente que en el plano real pero, a pesar de mi entusiasmo, debo reconocer que el 1 de enero ya recuerdo bien poco de las lecturas predictivas así que empiezo el año tan a ciegas como el resto de los mortales, dudando si enero va a ser el mes estrella o por el contrario será agosto aquel en que la salud, el amor y el dinero alcanzarán conjuntamente su momento estelar en mi vida.
No sé si será por aquello de que en el 2012 dicen que se acaba el mundo o porque realmente el 2011 ha sido un año excepcional pero acabo de caer en la cuenta de que a estas alturas no solo no tengo “directrices” para el año próximo sino que tampoco tengo más propósito que el de repetirme una colonoscopia para comprobar si se me han reproducido unos empreñadores pólipos que tienen la mala costumbre de procear en mi intestino.
Me ha dado que pensar el darme cuenta ahora, en enero, que he roto, sin echar de menos, un ritual tan asentado en mis diciembres y que me resultaba tan placentero a pesar de su ridiculez y he llegado a la conclusión de que tal vez el motivo ha sido que este año pasado he estado verdaderamente ocupada .... ¡viviendo intensamente!.
Un poco tarde pero .... ¡ya tengo propósito de año nuevo!
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