Siempre he sido de la opinión de que la cantidad de
gente que asiste a un entierro determina la calidad del muerto. Ahora,
con varios entierros a mis espaldas, me reitero en dicha creencia, añadiendo
que el tipo de ceremonia, organizada por terceros y condicionada por el
sentimiento que origina la pérdida, determina la cantidad de calidad
de la persona a la que se da el ultimo adiós.
Algo parecido ocurre con las fiestas "sorpresa", entre otras cosas porque, como los entierros, se organizan sin la colaboración del "homenajeado".
Algo parecido ocurre con las fiestas "sorpresa", entre otras cosas porque, como los entierros, se organizan sin la colaboración del "homenajeado".
Hoy hemos celebrado el 50 aniversario de mi cuñado y ha sido
una fiesta entrañable. Él no se la esperaba en absoluto y, al principio, se ha
emocionado para acabar llorando a moco tendido consciente del mucho afecto
recibido.
La fiesta ha sido sencilla y los preparativos de andar por
casa pero precisamente el tiempo y la imaginación que se le han dedicado, en un
momento de nuestras vidas en las que ni una cosa ni la otra abundan, deja
constancia del cariño con que se han realizado. Y eso se nota, se transmite y
se contagia porque, en mayor o menor medida, todos hemos acabado formando parte
de los preparativos.
Mi cuñado no es la mejor persona del mundo. Tiene sus
defectos y sus virtudes pero es una buena persona y eso se ha notado en el
ambiente en el que se ha desarrollado la celebración.
Por eso todos hemos disfrutado de la fiesta tanto como él,
riendo y llorando de felicidad porque ha sido la fiesta que él se merece: una
fiesta de cantidad y de calidad.
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