Trabajo en un polígono industrial, concretamente en la misma calle en la que desemboca la salida de la autopista y que consta de dos carriles en una dirección y dos en la contraria.
Entre la salida de la autopista y mi destino diario, hay una rotonda, antes de llegar a la cual los dos carriles de ambas direcciones se van convirtiendo en uno. Desde la salida de la autopista a la rotonda puede haber unos escasos 500 metros y algunas mañanas, alrededor de las 8 h. el tráfico es tan denso que produce retenciones.
El tiempo que dura la retención es mínimo porque el tramo es corto pero, siempre que se da el caso, aparecen por el carril de la izquierda los típicos listillos, los nerviosos, los impacientes, los que ¡otra vez! llegan tarde, o los que, por algún motivo, tienen una prisa que te cagas, que, conociendo el camino, obvian la ordenada fila de la derecha, enfilándose como una bala por el carril de la izquierda. Intentan y consiguen (casi siempre) colarse ante un conductor todavía algo dormido que tarda en reaccionar.
Creo que todos (yo me incluyo, porque lo he hecho), en un momento dado, por listillos, por nerviosos, por impacientes, porque nos hemos dormido y llegamos tarde o porque tenemos una prisa que te cagas, lo hemos hecho.
Es una de esas "pequeñas gamberradas" que a menudo cometemos y con las que creo somos más indulgentes a medida que avanzamos en edad.
Quizás sea por eso que me divierte la actitud de algunos de aquellos que se mantienen en el carril correcto y que, ante la amenaza de los que se cuelan, pegan como lapas su coche al que llevan delante impidiendo la incorporación del listillo, el nervioso, ..... Siempre que soy testigo de una de estas actuaciones, me imagino al individuo en cuestión agarrado fuermente al volante, con el cuerpo echado hacia delante y muy enfurruñado en una actitud totalmente infantil.
Pero lo que realmente me alucina es la actitud de aquellos que después de adelantar como posesos por el carril de la izquierda, encuentran un hueco antes de que ambos carriles confluyan en uno y se colocan sobre la línea divisoria erigiéndose en dueños de la carretera, negando a los demás el derecho de lo que ellos mismo acaba de hacer.
Esta mañana yo era una de las plácidamente resignadas en el carril de la derecha, todavía algo dormida, cuando se me ha colado uno de esos individuos. Y, no sé porqué, o quizás sí, he pensado en la cantidad gente que nos cruzamos con esa actitud, no solo en la carretera.
Gente que, con un motivo justificado o no, te adelanta en la vida, digamos de manera poco ortodoxa, ralentizando tu camino. Gente que, no solo no te tiene en cuenta sino que además impide que los demás lo hagan. Gente que, no solo te ignora sino que impide los demás te vean. Gente que, no solo te aparta del camino, sino que además, trata de impedir que continúes en él.
Y he pensado ¡que pena! porque, de la misma manera que desconocemos el motivo de las prisas de aquel que nos adelanta en la carretera, sí sabemos que no dejarle pasar puede desencadenar un accidente de consecuencias más o menos graves.
Y he pensado ¡que pena! porque, de la misma manera que somos conscientes de estar apartando deliberadamente a alguien, desconocemos el efecto, a veces devastador, que nuestra actitud puede tener en su vida.
¡Que pena!
No hay comentarios:
Publicar un comentario