Hoy hace un año que murió mi padre.
A pesar de las fuertes reacciones emocionales que conllevó su muerte, teniendo en cuenta que fue y sigue siendo un hombre muy querido, desde el mismo momento de su fallecimiento, tanto mi madre como mis hermanas y yo tuvimos muy presente el hecho de querer agradecer de alguna manera todo lo que el personal del Hospital Duran y Reynals hizo por él.
Y no me refiero a aquello que estaban obligados a hacer sino a lo que no figura en un contrato y depende únicamente de la calidad de la persona.
Pasó sus últimos cuatro meses de vida atendido por la Dra. Domingo y asistido por el personal de la planta 7.
El carácter de la doctora fue el paliativo más eficaz pues, independientemente del medicamento pautado, sus visitas representaron una inyección de optimismo diaria. Para él, que hasta el final albergó esperanza, y para nosotras que sabíamos que no la había.
En cuanto al personal sanitario, no puedo hacer excepción alguna ni en cuanto a profesionalidad ni en cuanto a sensibilidad porque todo el mundo dio lo mejor de sí en su relación con él y con toda la familia, con una naturalidad solo digna de las buenas personas.
En aquel momento, en el hospital, junto a los ascensores, había una carta de los trabajadores que ponía de manifiesto como los recortes económicos que estaban teniendo lugar, podían perjudicar ese trato a los pacientes del que se sentían tan orgullosos.
No sé si esa carta sigue ahí. No sé si los problemas se han solucionado porque no he vuelto al hospital. Pero sí me gustaría ratificar su contenido agradeciendo públicamente tanta humanidad.
(Publicado en Cartas de los Lectores de La Vanguardia, 16 Abril 2009)
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