Si nos preguntamos porqué siendo tan listas, el mundo siempre ha sido de los hombres, la respuesta es porque somos malas.
Sí señoras, las mujeres somos malas. Pero no malas en general, no. Somos malas con nosotras mismas y, repito, si el mundo siempre ha sido de los hombres es porque nosotras se lo hemos puesto en bandeja a fuerza de negarnoslo a nosotras mismas a cada momento.
Por ejemplo, y que tire la primera piedra la que esté libre de culpa: tenemos nueva compañera en la oficina. Latina, cuerpo escultural y un par de tetas de impresión, pero ¡aaaaargh! es simpática, lista y trabajadora.
Se la recibe cortésmente y no podemos evitar que nos caiga bien a pesar de tener cruzadas ese par de tetas que acaparan las miradas de todos los varones del entorno, miradas que, aunque no han sido nunca exclusivamente nuestras, tampoco han estado tan traspuestas, perdiéndose de vez en cuando en nuestro escote.
Y, a pesar de reconocer y agradecer su valía, no podemos evitar que, la mayor parte de las veces, que se hable de ella o con ella, se haga referencia a su físico, por encima de cualquier otra consideración. Eso sí, con un deje de menosprecio que nos confirme que esa combinación de físico y cualidades más que aceptables es vulgar y ordinario, lo cual conseguirá, de paso, que la propietaria de la bendita combinación, en lugar de sentirse orgullosa, se sienta insegura.
¿Bonito? No.
¿Educativo? Menos.
Desarrollo este caso porque es el que, en este momento, estoy viviendo diariamente (como espectadora) pero podría extenderme a algún otro vivido en primera persona y cuyo desarrollo levantaría ampollas en mi ambiente laboral y familiar. Porque yo soy de las que tienen tetas. Con más o con menos seso, pero con tetas.
Y si os preguntais el porqué de esa fijación con las tetas, pensad por un momento ¿cuantas mujeres que ocupen cargos públicos de responsabilidad tienen un busto llamativo? No se me ocurre ninguna.
¿Casualidad? Demasiada.
En cualquier caso, a lo que jugamos peligrosamente entre nosotras es a dividirnos y, en consecuencia, a debilitarnos a costa de hacernos sentir inseguras. Despreciamos en nuestro género la inteligencia, la simpatía, la capacidad de trabajo ..... si van acompañadas de un físico aceptable. Y puesto que nos hacemos inseguras solo sabemos buscar seguridad a costa de la inseguridad ajena.
Así que, de nuevo me pregunto, ¿si somos tan listas y maquiavélicas, porque no dejamos de luchar entre nosotras y unimos nuestras fuerzas para conseguir el mundo?
Porque la perfección no existe y desgraciadamente, en nuestro género, la inteligencia, aunque mucha, sigue siendo inferior a la envidia.
Así que señoras, en lugar de poner tanto empeño en no educar hijos machistas, invirtamos tambien un poco en educar mujeres honestas.
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