Acabo de regresar de vacaciones con un montón de cosas que contar, pero “las musas” me han abandonado. Parece ser que hicieron las maletas y se largaron antes que yo y, es evidente que su presupuesto era superior al mío porque todavía las estoy esperando.
De todas formas, hay algo sobre lo que, aunque ellas no estén conmigo, me apetece mucho escribir, entre otras cosas porque “lo prometido es deuda” y mi última entrada, “Mujeres”, me endeudó con dos personas, paradójicamente, dos hombres, cuyas opiniones recibí por escrito, no a través del blog, pero sí por correo electrónico (gracias, a ambos, por demostrarme vuestro afecto leyendo mis desvaríos, y enriquecerme con vuestras opiniones).
Me resultó muy curioso comprobar que esas líneas no dejaron indiferente a quien las leyó y las reacciones me resultaron todavía más interesantes: me proporcionaron discursiones acaloradas que amenizaron agradables veladas de verano, francas correspondencias con serenas y bien argumentadas opiniones e ..... incomprensibles mutis.
Ante todo quiero dejar claro que la imagen de la mujer que se desprende de la descripción de los hechos narrados no es una imagen que pretenda generalizar. Tampoco pienso que la inseguridad femenina venga siempre inducida por nuestro mismo género. Los efectos del acoso y del maltrato por parte del género masculino son tan históricos como devastadores.
Estoy orgullosa de ser mujer (ni machista ni feminista) y, ni por un momento, pienso que el género femenino esté formado por una gran “colla” de arpías cuyo principal objetivo en la vida sea la de ponernos la zancadilla las unas a las otras. Pero sí mantengo que “haberlas, haylas”, y no pocas, tanto más peligrosas en cuanto no reconocen el efecto negativo de sus acciones sobre nuestro género.
Sirva de ejemplo la imagen que determinados medios de comunicación ofrecen del género femenino, lo cual solo es posible con nuestra complicidad como participantes y consumidoras y que descorazonaría (y descorazona) a todas aquellas personas (no solamente mujeres) que tanto lucharon (y continúan luchando) por conseguir reconocimiento e igualdad.
Porque, independientemente ya del género, no es honesto conseguir reconocimiento a costa del hundimiento ajeno, sino por méritos propios. Pero cuando esto ocurre entre nosotras y cuestiones vanales, nos impiden reconocernos las valías, lo único que estamos consiguiendo es retroceder muchos pasos sobre un camino abierto a base de mucho sacrificio.
Y escribí sobre ello porque me duele. Y sin excluirme.
Porque reconocer los errores es el primer paso para corregirlos.
Así de simple. Así de complicado.
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