El otro día, en clase de yoga, Cécile nos regaló una de sus clases espectaculares.
Ese día trabajábamos el amor, pero no el amor que sentimos hacia los demás sino el que debemos sentir hacia nosotros mismos por eso me chocó que a la hora de la práctica nos indicara que íbamos a trabajar por parejas.
A lo largo de la sesión, Cécile insistía en que no estuvieramos pendientes de nuestra pareja sino que nos centráramos en nosotras mismas algo que todavía me cuadró menos porque, si se trataba de potenciar el amor a nosotras mismas, ¿porqué una clase de yoga en pareja, cuando lo habitual es trabajar solas? y puestas a practicar en pareja, ¿porqué estar pendientes sólo de nosotras?
Fue al final de la clase cuando descubrí el verdadero sentido de las indicaciones de Cécile.
Cerrabamos la sesión con la torsión en pareja y, al girarme en plena asana quedé frente a la pareja que formaban Isabel y Noelia. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y en este caso así fue.
Reconozco haber perdido la concentración en mi propia práctica y pido perdón a Paquita, mi pareja en ese momento, pero no pude dejar de recrearme en la contemplación de mis compañeras y en la inmensidad de lo que me transmitían, tan dignas, tan seguras, tan centradas, tan confiadas, juntas pero separadas al mismo tiempo, formando parte de un todo pero cada una dentro de su propio ser.
Días después sigo conservando en la memoria la imagen de Isabel y Noelia. Me transmite serenidad y seguridad y siento que la serenidad viene dada por el conocimiento de uno mismo y la seguridad por el hecho de saber que formamos parte de un todo, sin prejuicios, sin etiquetas, con aceptación plena y abiertos al amor.
Me resulta difícil expresar con palabras todo lo que llegue a sentir pero, por primera vez soy consciente de haber "sentido" todo lo que Cecile quería transmitirnos con aquella clase.
Gracias, Cecile. Gracias, compañeras.
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