sábado, 23 de junio de 2012

COMPAÑERAS

El otro día, en clase de yoga, Cécile nos regaló una de sus clases espectaculares.

Ese día trabajábamos el amor, pero no el amor que sentimos hacia los demás sino el que debemos sentir hacia nosotros mismos por eso me chocó que a la hora de la práctica nos indicara que íbamos a trabajar por parejas.

A lo largo de la sesión, Cécile insistía en que no estuvieramos pendientes de nuestra pareja sino que nos centráramos en nosotras mismas algo que todavía me cuadró menos porque, si se trataba de potenciar el amor a nosotras mismas, ¿porqué una clase de yoga en pareja, cuando lo habitual es trabajar solas? y puestas a practicar en pareja, ¿porqué estar pendientes sólo de nosotras?

Fue al final de la clase cuando descubrí el verdadero sentido de las indicaciones de Cécile.

Cerrabamos la sesión con la torsión en pareja y, al girarme en plena asana quedé frente a la pareja que formaban Isabel y Noelia. Dicen que una imagen vale más que mil palabras y en este caso así fue.

Reconozco haber perdido la concentración en mi propia práctica y pido perdón a Paquita, mi pareja en ese momento, pero no pude dejar de recrearme en la contemplación de mis compañeras y en la inmensidad de lo que me transmitían, tan dignas, tan seguras, tan centradas, tan confiadas, juntas pero separadas al mismo tiempo, formando parte de un todo pero cada una dentro de su propio ser.

Días después sigo conservando en la memoria la imagen de Isabel y Noelia. Me transmite serenidad y seguridad y siento que la serenidad viene dada por el conocimiento de uno mismo y la seguridad por el hecho de saber que formamos parte de un todo, sin prejuicios, sin etiquetas, con aceptación plena y abiertos al amor. 

Me resulta difícil expresar con palabras todo lo que llegue a sentir pero, por primera vez soy consciente de haber "sentido" todo lo que Cecile quería transmitirnos con aquella clase.

Gracias, Cecile. Gracias, compañeras.

viernes, 15 de junio de 2012

LA PALABRA MÁS FEA

Como en las guerras, la actual situación laboral constituye el escenario perfecto para la venganza, palabra fea donde las haya.  

La venganza es un plato que sirve frío, rezan algunos. Y probablemente sea cierto aunque pienso que para ello se ha de ser persona rencorosa o anidar mucha maldad. De otra manera, y laboralmente hablando, las cosas “pasan”. Duelen en su momento y pueden o no olvidarse, variando las relaciones, pero no se "trabaja" esperando el momento de “vengarlas”, entre otras cosas porque a veces lo único que hay que vengar son los propios errores.

Pero no es así y, en entornos y relaciones laborales, antaño agradables, donde la percepción era de que se “jugaba” a trabajar, ahora se juega “a ver quien la tiene más larga”. Donde antes había compañeros con predisposición a la amistad, ahora hay compañeros en manifiesta rivalidad. Donde antes había constructivos cruces de opinión ahora hay verdaderos asesinatos verbales y donde antes había actitudes solidarias ahora solo hay mentiras y secretos.

El miedo a perder el trabajo es humano y justifica determinadas actitudes. Otras no tienen nada que ver con ese miedo. Son producto de la maldad que se lleva dentro, de la envidia y el resentimiento que durante mucho tiempo se ha sentido hacia algunas personas, a veces largamente contenido y hasta bien disimulado, que se desatan cuando el momento es propicio y por un determinado espacio temporal sitúa en una posición de poder. Poder con fecha de caducidad que solo se usa para hacer daño. Una lástima.

Sí, una verdadera lástima que en un tiempo de recursos más bien escasos haya quien desperdicie los suyos solo en eso, en hacer daño. Porque la venganza es un plato que se puede servir frío, pero como alimento para el alma es de lo menos satisfactorio que existe.  

“Más te debes guardar de la envidia de un amigo que de la emboscada de un enemigo”. Proverbio castellano.