martes, 9 de febrero de 2010

ELIAS

A pesar de saber que ni tan solo sentirías mi presencia, tuve la necesidad imperiosa de verte. Quería llegar a tiempo de darte un beso y decirte adiós, quizás solo para amortiguar el dolor que me producía el hecho de no haber tenido más contacto contigo desde que enfermaste, ahora que sabía que había empezado tu acelerada cuenta atrás.

Al fin y al cabo, ¡solo era un dolor de espalda! Y tú eras un especialista en no cuidarte. No ibas a hacer caso de nada que te dijera, así que .... ¡ya te llamaría mañana! ...... Y mañana fue tarde.

Llegue a tiempo de verte ...., conectado a una máquina, y lloré amargamente agarrada a tu mano ante la atónita mirada de quien no me conocía. Porque no tuvimos una relación constante. Veinticuatro años dan para mucho, hasta para perder el contacto durante diez, y la nuestra fue una relación muy sencilla. Pero profunda y correspondida. No hubiera podido ser de otra manera entre dos personas tan diferentes que, a fuerza de compartir espacio y tiempo llegaron a tomarse mucho cariño.

Recuerdo el día en que nos reencontramos después de diez años de no saber prácticamente nada el uno del otro. Habíamos quedado en Plaza Universidad, como cuando teníamos veintipocos años y, en cuanto nos divisamos, corrimos el uno al otro para abrazarnos felizmente al tiempo que me levantabas por los aires dando vueltas.

Después de cenar, pasamos parte de la noche deambulando de bar en bar mientras nos poníamos al día de esos diez años, quizás los más densos de nuestra vida, sobretodo para ti.

Me gustó saber que, en tus peores momentos, muchas veces tuviste la necesidad de hablar conmigo, buscando algo de control, dijiste. Me hubiera gustado que lo hicieras.

Durante esos diez años, en mis peores momentos, tambien hubiera necesitado tenerte a mi lado para que me ayudaras a mandar a paseo tanto control. ¡Ojala hubieras estado ahí!

Saliendo del hospital me crucé con tu hija. Solo la había visto una vez: tenía 1 semana.

Había sido una de las personas que me había visto llegar junto a tu cama, cogerte la mano en silencio y llorar para después besarte con todo mi cariño y decirte “Adiós, guapo” así que creí estar en la obligación de presentarme. Me miró con ojos llorosos y al decirle quién era me contestó que ya me conocía. Tú le habías hablado de mi y le habías enseñado algunas fotos. La besé, salí del hospital, llamé a Marie France y por primera vez en mi vida, perdí la voz.

Me gustaría tener la certeza de que has vivido como has querido porque aptitudes para más tenías de sobra. A mí me han quedado pendientes muchas cosas contigo, entre ellas, conocerte mejor.

Que te hayan reclamado tan pronto solo me confirma una cosa y es que allí donde hayas ido también están faltos de alegría.

Esperame muchos años pero, cuando me veas llegar, ....... toca el piano para mí.

No hay comentarios:

Publicar un comentario